jueves, 8 de octubre de 2009

BUENA ONDA CON BOURDAIN

Columna que finalmente no se publicó en The Clinic, por allá por marzo de este año.

No fueron pocas las personas, sobre todo féminas, que desde febrero me empezaron a hablar de este chef gringo que anunciaba visita a Chile. La verdad, yo de cocineros de la tele no cacho nada; y menos si son del cable. Pero la cuestión es que era mucha la gente que me hablaba de este tal Bourdain, me decían que no era posible que no lo conociera y hasta se atrevían a asegurarme que me haría adicto a su programa.

Tanto me hincharon las pelotas con el gringo que decidí hacer una movida con Juanito –el conserje de mi edificio- para instalar cable por pocas lucas en mi departamento. La cosa es que encontré el programa -No Reservations se llama, o algo así- y empecé a verlo casi religiosamente todas las semanas. La verdad, el tipo no cocina nada, pero come y chupa como condenado (de hecho, dice que una de las cosas que más le gusta de su programa es que se le permite estar borracho en pantalla). Recorre todo tipo de países y le hace chupete a todo lo que le ponen por delante. No es el típico gordito con bermudas y zapatillas blancas que come bichos y cosas raras. No, este derechamente es un patachero. No se hace problemas para comer en picadas populares, pero como tampoco es tonto, si lo invitan a algo más finoli tampoco dice que no. De todos los cocineros que me he encontrado haciendo programas en el cable, Bourdain es lejos el mejor.

De su visita a Chile, a mitad de marzo, se ha dicho casi todo. Que fue con Pablo Hunneus (eso de verdad es un suplicio) a la Fuente Alemana y se maravilló con un lomito italiano, que comió empanadas de queso con marisco en Las Deliciosas de Concón y que el lugar que más le gustó en esta pasada fue El Hoyo; por la lengua, las prietas y –principalmente- por el arrollado con papas cocidas que se mandó al pecho ahí. Con este recorrido que hizo por Santiago, me queda claro que el hombre tiene buen gusto. También anduvo por el sur y se comió un curanto. Luego volvió a la capital para dar una charla, o algo así, en el Espacio Riesco. Me tocó andar por ahí, y la verdad es que la cosa estuve más o menos no más. El cóctel estuvo bastante escaso y su charla (talk show le dicen ahora los siúticos) no fue más que un pegoteo de las mismas frases que le he visto desde febrero en su programa. Menos mal que fui invitado, porque el asunto costaba –por lo bajo- como treinta y cinco lucas.

Pero lo más entretenido de la venida de Bourdain a Chile fue la conferencia de prensa que dio en un restaurante finoli de Vitacura el mismo día de su charla. Antes de empezar –mientras lo presentaban- pasó por la barra del restaurante y se tomó una pílsener casi al seco. Después, se instaló en el sofá y empezó a responder preguntas. El tipo resultó bastante directo y bueno para la chuchada. Se escuchaban clarito los fuck y shiet, pero su traductora insistía en quitarle esas cosas y dejarlo más correcto. Sabiendo de la predilección de Bourdain por la comida callejera, le preguntamos qué le parecía lo que estaba pasando acá en Santiago con la prohibición de Zalaquett por las cocinerías peruanas de calle Catedral. El gringo fue claro:
-Soy un gran fanático de la comida callejera, porque esta es la gloria y el espíritu de una nación. No es necesariamente la mejor, pero me gusta porque es un reflejo de la cultura del país. No me importa si no es la más limpia, pero es imprescindible incorporar la comida callejera a la cultura gastronómica del país.

¡Grande Bourdain! Pa la próxima me avisas y yo te acompaño a recorrer picadas. Ahí sí que vas a saber lo que es bueno.